Por: Paulina
Arancibia
Después de una breve incursión literaria con un
cuento corto titulado Los ojos de un gato (1978), Jodorowsky y Moebius
desarrollan el primer volumen de El Incal, donde los dibujos reciclados
de Dune de Herbert y las ideas de la infinitamente extraña imaginación
de Jodorowsky finalmente fueron vertidas en las páginas de la antología de la
revista francesa Métal Hurlant.
La danza de la realidad, última película de Alejandro
Jodorowsky, fue estrenada el pasado 31 de agosto en Tocopilla, ciudad donde
hace 84 años nació y vivió sus primeros años de vida este singular creador
franco-chileno, hijo de un padre estricto y castigador y una madre con poderes
sanadores, vivencias que configuran el libro que dio pie a este film autobiográfico.
Aunque ello no siempre se traduzca en prestigio
intelectual en la república de las letras, Jodorowsky es bastante conocido por
sus numerosas novelas, obras de teatro y largometrajes. Es también ubicable por
su activismo social, por cierta aura de autoayuda que algunos encuentran en su
obra o porque un gran asteroide descubierto en 2005, que en su fase más cercana
a la Tierra está a 290 millones de kilómetros de distancia, ahora llevará el
nombre “261690 Jodorowsky”, bautizo interestelar que solo figuras culturales
como J.R.R. Tolkien, Sean Connery, Los Beatles o Frank Sinatra podrían
presumir.
Incluso, es muy probable que lo más reciente que
hayamos sabido de él sea una frase de su autoría entresacada en un meme de
Facebook, replicada hasta la viralidad por nuestros contactos.
En todo caso, “Jodorowsky es pop”, escribió Juan
Carlos Ramírez en una columna perdida del diario La Nación. Pasó por
Santiago y todos quisieron estar cerca de él. Barbones, damas cuicas,
revolucionarios místicos, Felipe Lamarca y Carlos Cardoen. Jodorowsky es una
suerte de mago al que también se lo vincula con la carta del tarot El Loco.
Un Gandalf moderno y activista social, que ha fundado una secta basada en el
culto a “sus poderes psicomágicos”, más que a sus obras.
En suma, no ha pasado indiferente en las últimas
décadas, puesto que a sus más de 80 años, no ha tenido momentos de ocio.
Para no olvidar
En 1970, Alexandro Jodorowsky se impuso en la
conciencia de la contracultura norteamericana, a través de una película
completamente outsider llamada El topo, que se proyectó durante
siete meses consecutivos en el cine Elguin de la ciudad de Nueva York. “Una
mezcolanza surrealista y existencial, de spaghetti western con violencia
mexicana, religiosidad y marihuana, pasión y humor, rezos y violaciones. Una
película para ver y no olvidar” explica Martín Huerta, productor cultural y
fotógrafo de la era Warhol.
El topo fue una película que ganó muchos fans a Jodorowsky
y el número aumentó considerablemente después de recibir el entusiasmo público
del actor Dennis Hopper, el músico John Lennon y Yoko Ono. De hecho, sin el
beneficio que da la publicidad y las promociones, la película se presentó siete
noches a la semana a un nutrido grupo de espectadores.
“Dentro de los meses que pasamos la cinta”, dijo
para L.A. Weekly el visionario administrador del cine, Ben
Barenholtz, “las limusinas se alinearon por toda la calle. Todas las
noches. El topo se convirtió en un tema de conversación entre
intelectuales y en algo que había que ver”.
Gracias al éxito de El topo, John Lennon
le ofreció financiar la distribución de su próxima película y el representante
de los Beattles, Allen Klein, firmó el acuerdo. Ya para el verano de 1972, la
anticipación de la próxima película de Jodorowsky era muy alta; de hecho la
revista Rolling Stone envió un corresponsal a México para que hiciera
una nota del backstage de la filmación de La montaña sagrada.
El artículo resultante describe escenas, utilería y
conversaciones que bordeaban lo irracional. En algún momento, entre los meses previo
al estreno de la película, Jodorowsky y Klein se pelearon por desacuerdos
irreconciliables, lo que significó que La montaña sagrada nunca fuera
distribuida adecuadamente, ni tuviera sus versiones originales en video o DVD.
El panteón de obras maestras
En los años siguientes, Jodorowsky se embarcó en la
difícil tarea de adaptar al cine la larga saga del escritor estadounidense,
Frank Herbert: Dune. Y así como el Napoleón de Stanley Kubrick, o
el Quijote de Orson Welles, el proyecto de Jodorowsky entró al panteón
de las obras maestras perdidas. Por algo, este fracaso dio origen al documental
Dune de Jodorowsky dirigido por Frank Pavich.
El reparto de Dune, reunido por el propio
Alejandro Jodorowsky, incluía a Orson Welles como el Barón Harkonnen, Alain
Delon como Duncan Idaho y al mismísimo Salvador Dalí como el Emperador del
Universo. Pink Floyd y su simil parisino, Magma, se alistaron para escribir las
partituras de la música que caracterizaría a los distintos planetas.
Sobresaliente, además, que Jodorowsky reuniera a un equipo de diseñadores sin
igual en términos de su influencia futura: Dan O’Bannon, HR Giger y el más
importante, Jean Giraud, más conocido como Moebius.
Sin embargo, “después de dos años de trabajo
intenso en París”, detalla el cineasta de El topo en su libro El
viaje espiritual de Alejandro Jodorowsky (2008), “cuando Dune parecía
estar a punto de ser terminada, el productor abruptamente canceló el proyecto”.
Cambio de ruta
Sin embargo, para ese Jodorowsky perfil autoayuda,
no fue un fracaso, porque “el fracaso no existe. Es un concepto de la mente (…)
En su lugar, llamemos a esto un cambio de ruta”, según consigna el autor
que le dijo a Moebius.
Después de proponer a Moebius que reciclaran
los más de tres mil dibujos realizados para Dune (storyboard,
diseños de vestuario, escenarios y otros bocetos) y los incluyeran en una serie
de novelas gráficas, Jodorowsky fue entonces visitado por una visión:
“Soñé que estaba volando en el espacio
intergaláctico. Una forma cósmica formada por dos pirámides superpuesta, una
negra y la otra blanca, me llamaba. Me acerqué a ella y de repente, me encontré
sumergido en el centro. Explotamos. Y así fue como mi subconsciente me presentó
a El Incal”.
El Incal (1981-1989), obra también conocida como la Saga
de los Incales o Las aventuras de John Difool, se convirtió en la
primera novela gráfica de Jodorowsky, aunque el autor no era del todo nuevo en
el mundo del cómic.
En 1966, Jodorowsky se inició como guionista con la
creación de Aníbal 5, con las ilustraciones de Manuel Moro; y, más
tarde, desde 1963 a 1973, tuvo la oportunidad de dibujar una serie de tiras
llamadas Fábulas Pánicas que publicaba en el periódico El Heraldo de
México.
“Cada domingo dibujé una página de cómic. Una
historia completa. Pero los dibujos eran muy básicos, toscos, pero llenos de
energía”, cuenta Jodorowsky en L.A. Weekly, confesando que desde que vio
los dibujos de Moebius se detuvo para siempre. “Moebius, Boucq, Bess,
Juan Giménez, Beltrán, ellos son genios. ¿Cómo pueden dibujar así? Es un
milagro”, cuenta el autor al periodista de L.A. Weekly, Jay Babcock.
La relación química con otros coautores siempre ha
sido importante para Jodoroswy, quien explica así ese proceso creativo en el
caso del cómic: “Antes de trabajar en una serie con un artista, veo sus
dibujos. Si me gustan sus dibujos, puedo escribir para él. Porque admiro a esa
persona. Entonces, tengo una larga conversación con él, para saber lo que le
gusta dibujar, lo que realmente quiere hacer. Mientras que él está hablando
conmigo, empiezo a verlo, a sacar su perfil psicológico. Hago una invasión de
su alma. Una exploración. Entro para averiguar quién es. Lo que es. Luego de
discutir con él una idea para una historia, él me da un montón de otras ideas,
y yo digo que sí. Luego voy a casa y escribo mi historia, y lo convenzo de que
usé todo lo que me dijo. Y él queda feliz porque estoy trabajando con él. No
con la idea, trabajo con sus sentimientos”.
La saga Difool
El Incal es una historia cuyo protagonista, John Difool, se
ve involucrado accidentalmente en una guerra civil e intergaláctica. La novela
comienza con él siendo golpeado por unos matones, quienes más tarde lo lanzan
desde Suicide Avenue, donde “la caída es directa y sin escalas al gran lago de
ácido que disuelve todo”.
Por suerte, Difool es capturado por una patrulla
de policías-robot y llevado a una sala de interrogatorios, durante el
cual el lector se entera de que Difool es un detective privado clase R que
antes de ser atrapado había estado en una misión de escolta de una “aristo del
cono de superficie” hacia una excursión carnal en un lugar del bajo mundo
llamado “el cinturón rojo”.
Como en todas las sociedades, los afortunados
residen en la parte superior de la ciudad, mientras que las bestias y la lacra
social viven en las fosas cercanas al río de ácido.
Más tarde, un monstruo agoniza frente a Difool, y
antes de morir, da a John una pequeña caja. Después de abrirlo, Difool se
desmaya y luego despierta para encontrar a su extraño pájaro Deepo, predicando
a los vecinos de su barrio.
Y si este mundo de ciencia ficción y sus
situaciones metafísicas parecieran extrañas, en realidad es en este punto donde
el caos apenas comienza.
Significados profundos
En su mayor parte, El Incal es de difícil
lectura e interpretación. Requiere no solo de bastante concentración, sino
también de las habilidades críticas, esenciales en todo lector de cómics que se
precie de serlo; incluyendo la capacidad de seguir la secuencia de locos
eventos y pistas que Jodorowsky entrega para interpretar los gestos no verbales
de los personajes y la trama de la historia.
A todo lo anterior, hay que agregar los delirantes
seres y hermosos paisajes creados por Moebius para poblar esta historia:
un ejército de ratas chupa emociones, sanguijuelas voladoras, “necro–panzers”,
“homeo putas”, bosques de cristal, una urbanización futurista y
decadente, entre otras maravillas que embelesan y, en ocasiones, distraen la
atención de lecturas más profundas, como el núcleo espiritual que refleja la
idiosincrasia budista de Jodorowsky: el amor, la compasión, la vacuidad, el
desapego y la realización personal a través de la iluminación o el nirvana.
Como cineasta, pintor y dibujante, Alejandro es muy
visual y ha encontrado en los cómics una forma de arte que puede acomodar a su
ocurrencia imaginativa ilimitada; esa misma referencialidad visual y
comunicativa de instrospección que le hace interesarse por el tarot, sobre el
que Jodorowsky declaró en una entrevista:
“El tarot es un idioma universal, del alemán o del
americano, o del español. Es un lenguaje óptico. Una persona no puede ser un
mago, pero aun así puede leer el tarot y, al hacerlo, puede aprender a
desarrollar la mirada. El tarot tiene los dibujos y las palabras justas (…) Me
gusta leer el tarot. Es divertido para mí hacerlo. Todos los miércoles hago el
tarot por algo así como a 20 a 30 personas y solo respondo a los problemas
actuales. No veo el futuro. No creo en el futuro. El tarot es un ejercicio para
la mente, ya que está lo más alejado de la racionalidad. Despierta la intuición.
Y, cuando se trabaja tanto para desarrollar su mirada, entonces puedes crear
todas estas cosas. Esto hace que sea fácil de imaginar las páginas, una
historia, el arte, los cómics. Mira lo que logré con La casta de Metabarones:
en su conjunto, es una enorme historia. Es única. Sorprende, incluso a mí”.
Mundos realistas
Pero no solo de El Incal vive el hombre;
Jodorowsky también ha escrito cómics ubicados en el mundo real. Ahí está,
especialmente, la sátira de sí mismo: El corazón coronado y Pietrolino
(Norma).
Y mientras que en un mundo fantástico como el de El
Incal todo es posible, en el mundo real, Jodorowsky, por una absurda
necesidad de no excederse en escenas surrealistas que quitarían credibilidad a
la lectura, se ve obligado a contener su loca inventiva dentro de parámetros
relativamente estrictos.
Pietrolino, creado con el artista O.G. Boiscommun, es la
historia de un mimo que para ganarse la vida realiza un patriótico show dentro
de un café parisino en plena ocupación Nazi. Mientras entretiene al público, un
alto mando de la milicia nazi entra junto a sus matones y torturan a
Pietrolino, para luego ser llevado a un campo de concentración, pero no
antes de haberle aplastado las manos, robándole la capacidad de la mímica.
Pietrolino queda brutalmente inhabilitado para expresarse a través de su arte y
cae en depresión.
Después de la guerra, su amigo y compañero de
actuación (Simio), roba la recaudación de Alma, una actriz callejera, y minutos
después improvisa una nueva actuación junto a Prietrolino quien es dotado con
un par de guantes de boxeo para disimular su incapacidad.
Por un tiempo, las miserables vidas de “Pietro”, su
amigo y Alma mejoran, montando un pequeño circo que los ayuda a sobrevivir.
Pero eso solo hasta que un enorme circo llega a la ciudad y son desalojados del
terreno que su pequeño teatro ocupaba. Alma, objeto de los afectos de Pietro,
se enamora del trapecista del espectáculo de la competencia y, por azares de la
vida, los tres terminan contratados justamente por el director del gran circo.
Pantomima
La historia es muy Jodorowsky si ello existe, pues
antes de escribir cómics y mucho antes de convertirse en director de cine, en
sus años de universitario, junto al poeta Enrique Lihn, creó Teatro Mímico;
luego habría de viajar a París para estudiar pantomima con Étienne Decroux, el
profesor de Marcel Marceau, con quién más tarde realizó giras mundiales y para
quien escribió una de sus obras más importantes: El fabricante de máscaras.
Otros tópicos jodorowskyanos presentes en el cómic
son el enano (narrador y amigo de Pietrolino), una virgen, una prostituta, el
héroe mutilado (según lectores informados, la mutilación simboliza la
castración) y la compleja relación padre-mentor/niño-acólito, representada en
el circo.
Así, en Pietrolino abundan las cosas que
Jodorowsky ama y le obsesionan. Pero el libro es radicalmente diferente a todos
los otros cómics de su catalogo: casi no hay violencia, el sexo es apenas
sugerido, las referencias a lo místico y religioso son mínimas y la trama es
más sencilla. El tono, además, es melancólico, reflexivo, nostálgico,
extremadamente dulce.
Pietrolino sufre, pero su sufrimiento se representa
sin la tendencia de Jodorowsky a la revolución abrupta; no hay decapitaciones
repentinas o bromas sarcásticas ni tampoco hay sexo explícito entre padres e
hijos. Es el tipo de libro que se puede mostrar a un niño. Y, sin embargo, al
igual que con casi toda la obra de Jodorowsky, Pietrolino es en esencia la
historia de un individuo herido que busca la curación, por lo que encaja
perfectamente en su catálogo.
Pietrolino fue escrito originalmente como una obra
para Marcel Marceau, cuyo padre murió en un campo de concentración nazi. Tal
vez esto explica el tono del libro. Es la obra escrita para un viejo amigo, y
así lo describe la dedicatoria de su última página: “Marcel Marceau, cuyo amor
por el arte de la mímica nos inspiró esta historia. Conocía nuestro proyecto y
disfrutaba anticipadamente ante la idea de verse representado en un cómic. Por
desgracia, murió demasiado pronto”.
Pero Jodorowsky no. Su obra mucho menos. Porque sin
duda seguirán vivos. Su nombre seguirá evocando una sensibilidad propia, una
estética personal y auténtica. Lo mismo en la profundidad del corazón de sus
seguidores que allá arriba: en el espacio intergaláctico a millones de
kilómetros de la Tierra, en el meteorito por estos días bautizado en su honor.
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