Si convenimos
en que Inglorius
Bastards era una obra maestra, aunque entre sus detractores se dieran
incluso feligreses de la propia parroquia de San Quentin, habrá que dar a Django Unchained tratamiento
parejo. Son muy parecidas en concepto y estructura. Ambas toman como fuente de
inspiración una película de género italiana (ahora es el spaghetti western de
Sergio Corbucci Django, realizado en 1966) para reformularla, tarantinizarla de
pies a cabeza. En ambas no parece importar la trama, entendida como una unidad
argumental, sino esos bloques o islotes que conforman sus largas secuencias,
presididas por la pirotecnia verbal, el humor dislocado y, en el tramo final,
el orgiástico grand
guignol, la violencia paroxística y catártica. Y ambas, en fin, están
guiadas por esa fuerza huracanada que responde al nombre de Christoph Waltz,
que en Django Unchained vuelve
a obsequiarnos, con su papel de cazarrecompensas camandulero, un auténtico
recital de sí mismo.
El cine de Tarantino le debe tanto a la creación como al
reciclaje. Sus films están dotados de una corporeidad increíble. Su trabajado
contorno visual hace que la atención de las historias que traza Tarantino no
esté tanto en lo que se cuenta sino en cómo se cuenta. Al fin y al cabo, sus
películas son largos preliminares, casi siempre desordenados en tiempos y
espacios, que nos llevan a causas del todo sencillas, la mayoría de ocasiones
vinculadas a la sed de venganza. En Tarantino interesa más el pretexto que el
texto, y su singularidad no reside tanto en una trama personal como en una
exposición alocada de referencias, títulos y guiños que engrandecen cada obra
hasta alzarla como frescos de una viveza y rotundidad incontestable. En este
sentido, Kill Bill, y más
concretamente Kill Bill Volume
1, funciona como
espejo hiperbólico de todo lo que forma y subyace en el cine de Tarantino:
una premisa argumental mínima donde la gracia está en sorprender al espectador
con texturas visuales, juegos lingüísticos y piruetas narrativas que en su día,
al irrumpir Reservoir Dogs y Pulp
Fiction en mitad de
los 90, fueron entendidas como las directrices del nuevo thriller
estadounidense. Como es habitual, su
violencia es excesiva, contundente y seca, y sus personajes se mueven siempre
al filo de lo patético y lo irrisorio. Además, no faltan las referencias
cinéfilas y una actitud “culera” en la que parece reírse de todo.
Esta es
la primer película del director con una historia de amor deliberada – en KILL
BILL ciertamente el amor es un constante motivante, pero aquí, y por primera
vez para Tarantino, su protagonista Django es un ex-esclavo cuyo principal y
único objetivo es rescatar a su esposa Broomhilda (Kerry Washington), quien se
encuentra esclavizada en la plantación de Candie en Mississippi, al sur de
Estados Unidos. Tarantino no muestra ningún miedo en hacer de un Western, con
la esclavitud como tema de fondo, una fábula con una princesa que espera ser
rescatada por su héroe. Claro que Django también quiere recuperar al
amor de su vida, Broomhilda (ponele un nombre!) quien es esclava en la
plantación de Calvin Candie (Leonardo Di Caprio) en Mississipi, para colmo como
encargado de la finca un irreconocible pero genial Samuel Jackson!…
Tomando en cuenta la motivación del personaje principal, es obvio que Django Unchained es una historia de venganza, aunque también es una de amor, pero eso sí, muy al estilo de su director, Quentin Tarantino, quien nos regala un gran filme en el que un guión bien elaborado, diálogos inteligentes, excelentes actuaciones -destacando las de Christoph Waltz y Samuel L. Jackson-, el sarcasmo y la violencia se mezclan para rendirle un sincero homenaje al spaghetti western, uno de los géneros favoritos del cineasta estadounidense.
Tomando en cuenta la motivación del personaje principal, es obvio que Django Unchained es una historia de venganza, aunque también es una de amor, pero eso sí, muy al estilo de su director, Quentin Tarantino, quien nos regala un gran filme en el que un guión bien elaborado, diálogos inteligentes, excelentes actuaciones -destacando las de Christoph Waltz y Samuel L. Jackson-, el sarcasmo y la violencia se mezclan para rendirle un sincero homenaje al spaghetti western, uno de los géneros favoritos del cineasta estadounidense.
Otro de los grandes aciertos de Django Unchained es su
banda sonora, lo cual no es raro, ya que Tarantino siempre se ha caracterizado
por ponerle una atención especial a la música de sus proyectos, de manera que
ésta sea un complemento adecuado para las escenas que vemos en la pantalla
grande. Algunas de los temas que podemos escuchar a lo largo de esta cinta son
de gente como Rick Ross, James Brown, John Legend y Ennio Morricone.
En
resumidas cuentas, Django Unchained es una película imperfecta, inferior a su precedente,
pero con las suficientes virtudes como para garantizar dos horas y media de
buen cine de manos de uno de sus actuales maestros. Especialmente de agradecer
resulta la insistencia de Tarantino por, en estos tiempos de hegemonía de lo
digital, seguir filmando en 35 mm. Siempre fiel a sí mismo, a su personal
visión del cine, y también al legado de los maestros a los que admira, Quentin
Tarantino nos demuestra, con cada nueva película que realiza, e independientemente
de los resultados obtenidos, que otro tipo de cine es posible en los tiempos
que corren. Un cine honesto, ingenioso y descarnado, con espacio para los
silencios, y poblado por personajes carismáticos orquestados en una sinfonía
carmesí de violencia estilizada.
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